jueves, 29 de julio de 2010

La Historia de Nixe

Tenía una sonrisa cautivadora.
Sus ojos ambarinos, su piel de alabastro y su cabello rubio, prácticamente blanco la volvían casi divina.
Nixe*, la ninfa del río, sabía usar sus atributos.
Nunca logró pasar hombre por su puente.
Ellos, rudas bestias, que, como los feéricos recordaban con asco, eran casi primates, no podían sino perder la razón por esa delicada criatura sentada en las afiladas rocas que precedían su puente. Todos intentaban salvarla. Nixe no lo veía mal “Bueno, que la comida venga a mí es mucho más práctico que ir tras ella.”
Ágil, más ligera que una pluma, la dueña del río bailaba sobre el agua. Todos los feéricos sabían que el río era suyo, el río y apenas una pequeña pradera que se convertía en vado las tardes lluviosas. Por suerte, sólo crecía allí un arbol que ninguna dríade se atrevía a reclamar.
“Estúpidas. Encadenadas a su árbol, su único amor, y protectoras de los humanos. Cuidarles, curarles, mimarles, ¿Para qué? Es mucho más divertido ataerles a su fin, y agarrarles la mano mientras expiran, como haría una novia fiel, y devorar esa esencia pálida, libre y neblinosa, que a simple vista sólo se ve en los ojos de esas bestias. Sus exquisitas almas.”
Las dríades veían a Nixe del mismo modo que ella las veía: sin respeto ni moral, la consideraban. Tampoco es que a la Muerte del Río le importara mucho. Su vida era tan apacible como el curso de su río.
Sólo había una criatura capaz de comparase con Nixe.
Piel de caramelo, ojos de azabache, cabellera de caoba. La elemental* de tierra, Toacra, tan libre y solitaria como Nixe, tan dulce como la ninfa mortal.
Pero era una adversaria digna. En su eterna lucha, Nixe reconocía que Toacra, a pesar de quitarle la comida de las manos, era valiente y fuerte. Solía proteger de la ninfa a esos primates bobos, pero al menos no tenía reparos en aceptar los tributos de sangre que la ofrecían.
La última gran batalla entre el espíritu acuático y la elfa ocurrió en esa época que los milesios llaman Renacimiento, cuando los humanos empezaron a viajar, a sacudirse parte de su ignorancia. O tal vez su precaución.
***
Todos los habitantes de la Selva Negra conocían la fama del puente de Nixe, pero siempre alguien lo intentaba cruzar con tal de ahorrarse camino. En realidad, todo el bosque estaba encantado, pero los milesios despreciaban el riesgo de encontrarse con pookas, kelpies o duendes*.
Uno de aquellos milesios, sin embargo, era especial. Conocía la existencia de los feéricos y traía un mensaje de las cortes Seelies irlandesas para Toacra. A pesar de sus conocimientos, era lo suficiente estúpido o atrevido, según como se mire, para atajar por el Puente de Nixe.
La ninfa lo vió. Vio su porte, su decisión, y tambien los colgantes de plata que lo protegían de su mordisco. Pero no de su canto.
Salió de su refugio atraviada con una túnica de agua y se dispuso a cortarle el paso.
Era sólo un humano. No debía interesarla. Pero no le podía cazar. De hecho no se podía acercar a el. Eso era nuevo. Y atractivo.
-¡Alto! Se quién eres, diablo.- Proclamó con seguridad el milesio- Si te crees que vas a conseguir algo, estas equivocada, Muerte del Río.
-Sólo quiero conversar. No hay muchos milesios que saben defenderse de mí. Por tu porte y tus adornos veo que te has criado entre feéricos, Seelie, si no me equivoco.¿No te apetece hablar conmigo, sabiendo que soy el mayor peligro de estos bosques?
Vale, ERA peligrosa. Pero tenía razon. Era la más poderosa de los habitantes del bosque, y ahora no le podía atacar. Ademas, la idea de hablar con la Muerte del Río era muy interesante.
Conversaron. La gran asesina, Nixe, sintió compasión por el milesio que de nino fue raptado por los Seelie. Fue la primera y única vez que la ninfa decidió no dañar a un humano. Groí, criado entre espíritus calmados y pacíficos, mensajero de Toacra, no pudo sino sorprenderse de la manera de pensar de aquella a la que se consideraba la muerte.
Y ambos se alegraron del encuentro.
A pesar de la distancia entre ellos, había electricidad en el aire, entre los movimientos danzantes de Nixe y las preguntas de Groí.
Toacra estaba furiosa. Según las Leyes, durante esta luna no podría acercarse hasta Groí, a no ser que Nixe lo permitiera. Ni hasta que ese estúpido humano decidiera marcharse.
Groí, en cualquier caso, no se preocupaba. Había vivido lo suficiente con feéricos como para saber que su paciencia era tan larga como su vida.
No sabía del odio entre Toacra y Nixe.
Nixe disfrutó de la compañía. Dejó de cazar, y empezo a sentir que su compasión aumentaba, y que ya no sentía esa angustia continua en el pecho que siempre que cazaba la sobrevenía.
Los encuentros entre el milesio y el espíritu duraron una luna.
Una noche antes de que expirara el plazo, Toacra explotó de rabia, y todos los árboles perdieron las hojas de terror.
¿Qué se había creído ese humano? Esperaba un mensaje ¡Y se atrevía a retrasarlo, para estar con la odiosa Nixe! No podía permitirlo. Toacra suplicó a todos los árboles su ayuda, y su permiso para cruzar el bosque hasta los dominios de la ninfa. Los árboles pidieron 100 años de su vida. Toacra aceptó.
***
-¿Sabes, Nixe? Se que eres una asesina, y que estas hambrienta, pero no puedo seguir viviendo con la idea de que no me mates por llevar un collar. No soy un cobarde, y no podría vivir protegido toda la vida.
La Muerte del Río miró pensativa las joyas que Groí se quitaba. Pensativa y con una sonrisa traviesa, se acercó bailando sobre el agua al milesio.
-¿Como sabes que sin ellas no te mataria? Efectivamente, estoy hambrienta y ya nada me impide hacerte daño... Pero preferiría darte un beso.
En medio de ese beso imposible los encontró Toacra.
-¿Qué es esto, Nixe? ¿No matas humanos? Ahora no solo te has ablandado, sino que encima usurpas lo que no es tuyo. ¡Devuelveme mi lacayo!
-Él es libre, lo sabes. Si elige mi companía respeta su decisión.
Toara vió los reflejos de plata en el suelo. Indefenso en medio de una batalla entre feericas, ¿eh? Si no podía tener ella a Groí, tampoco sería de Nixe.
Las rocas y la arena del bosque contra la carne de un humano. Ni siquiera el espíritu de agua podía protegerle.
Pero Toacra subestimó el amor de Nixe. A costa de sus propias fuerzas, la ninfa rescató el alma de Groí en lugar de dejar que se despedazara con el cuerpo. Sin embargo, el espíritu de un hombre no puede vivir sin un cuerpo, por lo que se apagó como una vela en la lluvia.
Toacra se había cobrado una vida humana, y era fuerte, mientras que Nixe no había probado la sangre en un mes, y estaba intentando proteger lo poco que le quedaba de su único amigo. La Hija de la Tierra decidió disfrutar la oportunidad.
Pidió a los árboles que con sus raíces rompieran las rocas que eran la casa de su adversaria. La ninfa usó los pedazos de rocas que saltaban para ayudarse a cavar una tumba.
Toacra uso su poder para envenenar el río de Nixe con hierro y sal, hasta que todos los sirvientes del hada, todos los peces y todas las algas, murieron. Aun así, Nixe sólo les dedicó un pensamiento, y consiguió acabar la tumba, donde dejó esa alma muerta que tanto había querido.
-¿Qué, Muerte del Río, no luchas? ¿Tanto te apena una pérdida, tu que has segado tantas vidas? -Gritó Toacra- Pues para que nunca nadie vuelva a pasar por lo que tu pasas ahora, yo suplico a los árboles que llenen tu río de Semillas del sueño, para que todo el que se acerque que caiga dormido, y a las hiedras que te aten eternamente, y que te tienten recordándote el sabor de las almas, esas que no volverás a provar.
-Tu me hablas pensando que eres honorable, Toacra, pero aún no es medianoche, y has roto Las Leyes llegando hoy. Exijo que a cambio, respetes el descanso de aquel al que tu llamabas lacayo y yo querido, y que en honor de la muerte de Groí, me dejes volver aquí una vez cada mil años a bailar otra vez sobre mi río.
-Sea.
Y las hiedras del bosque agarraron a Nixe, y se la llevaron a los confines del mismo, para que siempre pudiera oler , oír y sentir a aquellos humanos que nunca tendría. Sin embargo, a pesar de las pocas amistades que cultivó Nixe, los habitantes de la Selva Negra no olvidaron como Toacra se ensañó con un milesio, y como Nixe se sacrificó por su eterno descanso.

***
Toacra cumplió su promesa, y las hiedras dejaron salir a Nixe una sola hora mil años después. Pero esa es otra historia.
fin
*En esta historia se usan términos de la mitología céltica y alemana. Una nixe es una sirena de río, con piernas de mujer en lugar de cola. Los elementales son representaciones de los elementos, y suelen ser benignos. Los pookas y los kelpies son seres que adoptaban la forma de caballos o burros para extraviar o matar a los humanos que viajaban de noche. El término milesio es el usado en la mitología celta para definir a los seres humanos. Finalmente, se dice que las hadas irlandesas se agrupaban en clanes dominados por un rey o una reina, las cortes Seelie. Uno de sus pasatiempos era cambiar sus bebes por bebes humanos, haciendo cuidar los suyos a las familias humanas.

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