Suenan claros los compases
en el gran salón desierto:
pues después de tantos valses
Aún viven los ecos de los ritmos muertos
Viento de verde y de menta
trae llanto de campanadas,
entre las copas de absenta
Dormitan tus facciones, desdibujadas.
Sólo en mi cabeza queda
la estrofa de violines
que con la gracia de Leda
Tantas veces bailé en nuestros jardines.
¡Y apagada mi candela,
y los tules devorados,
aún el Gran Gusano anhela
Mis besos, tras mi abanico agazapados!
¡Y en La Iglesia por mi alma
resuena un canto frío;
Yo nunca deseé la calma
Pero pienso en verte otra vez... y sonrío.
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